MERITXELL HUERTAS

AUTOR: Esther Escolán
PUBLICADO EN LA REVISTA SABOR Nº 346

La actriz nos recibe en plena temporada y nos deja conocer un poco más sobre sus inicios, su trayectoria,
su papel de madre y sus retos de futuro.

Meritxell Huertas es una actriz que se ha hecho a sí misma. Detrás de su vis cómica se esconde una mujer tímida, totalmente entregada a su trabajo y a su familia y que ha cumplido su sueño de trabajar en una compañía teatral mítica como La Cubana. La descubrió desde la butaca de un teatro, recién terminada su formación en el estudio Nancy Tuñón, les envió una carta y la magia simplemente sucedió. La intérprete se ha atrevido también con el cine, la televisión, los chistes y la radio; ha hecho de la perseverancia su seña de identidad y ahora, tras vivir un tiempo a caballo entre la capital catalana y Madrid, por fin ha vuelto a su Barcelona natal.

 

¿Siempre tuviste claro que querías ser actriz?

Yo era la típica payasa del cole. Me gustaba mucho hacer reír porque yo, en realidad, soy de esas actrices tan tímidas tan tímidas que utiliza el teatro para poder hacer otras cosas. Comencé a hacer teatro en las representaciones de fin de curso y ya vi que quería dedicarme a ello profesionalmente. Empecé a formarme, estudiando a la vez la carrera de Filología Catalana.

 

¿Qué crees que aportas a la gente con tu trabajo?

¡Lo cierto es que no sé lo que aporto, pero me lo paso genial! (Risas). La gente también me explica que se divierte cuando viene a verme. Últimamente, haciendo teatro más de texto, también estoy disfrutando muchísimo. Es algo casi terapéutico para mí.

 

¿Consideras que el actor debe probar su valía a diario?

Cada vez que empiezas un trabajo nuevo tienes que demostrar tu valía. Nunca dejas de aprender ni de evolucionar. Y eso no solo pasa en cada proyecto, sino cada día. Soy muy exigente y me gusta hacer evolucionar al personaje: no paro de buscar cómo mejorar, que si el ritmo, que si el gag… De lo contrario, si cada día repites la misma función, es que no estás vivo.

 

Entonces, ¿prefieres el teatro a otros géneros?

A mí me apasiona el teatro, buscar nuevos matices en cada uno de mis personajes. Eso no significa que no haya disfrutado con los proyectos que he hecho en cine y televisión, donde además la proyección que tienes, con tantos millones de espectadores, es espectacular. En el teatro, en cambio, respiras con la misma gente que viene a verte, que es distinta cada día.

 

Eres muy reivindicativa en la defensa del trabajo de las actrices de más de 40 años.

Los actores pasamos épocas sin ningún proyecto entre manos, esperando la llamada que te devuelva a escena. Y no digamos ya de las actrices a partir de los 40 años, para quienes los trabajos escasean. Los papeles están estereotipados para un tipo de mujer y, claro, tal y como sucede en el mundo real, hay actrices que somos muy distintas las unas de las otras.

¿Recuerdas algún momento de “tierra trágame” encima de un escenario?

En La Cubana se me saltó la dentadura postiza en plena función. Empezó a rebotar en una escalinata de metacrilato, blanquísima. Fue en Mamá, quiero ser famoso, donde emulábamos un plató de televisión y había un actor que hacía de regidor que, muy ágil, cazó la dentadura al vuelo. Otro sucedió representando esa obra en Bilbao: en un momento donde preguntábamos al público si había alguien que quisiera ser famoso, se lo fui a preguntar a una pareja que se llamaba Sergio y Estíbaliz. Yo, ni corta ni perezosa, exclamé: “Anda, como los Sergio y Estíbaliz cantantes”... ¡Y resulta que eran ellos!

 

¿Cómo describirías aquella etapa en La Cubana?

La Cubana sobrepasa cualquier imagen que puedas tener de una compañía teatral: son 24 horas al día dedicada a una función, haces giras de dos años por toda España, vas de promoción, haces entrevistas por las mañanas, por las tardes llegas al teatro, haces pruebas de sonido muy concretas porque son teatros bastante grandes y somos muchos actores en el escenario, llenas en todas las funciones… Después de aquello, cuando vas a salas más pequeñas, alucinas con todo lo que has llegado a hacer.

 

La disciplina implícita a tu profesión requiere que te cuides mucho…

Intento no malgastar energía y descansar. Mis horas de sueño son sagradas. También intento comer bien, sobre todo verdura. Aparte de eso, el gimnasio me aburre soberanamente, así que intento caminar mucho.

 

Lapònia, la obra que estás haciendo ahora, trata sobre las mentiras y los secretos que se le cuentan a un par de niños. ¿Qué aspectos primas a la hora de educar a tu hijo?

Nosotras queremos que sobre todo sea feliz y que se ría. Lo demás ya llegará. Somos muy happyflowers en ese sentido: primamos que nuestro hijo esté siempre contento y, aunque es cierto que a los hijos las rutinas les van muy bien y que hay que ponerles unos límites, tenemos la suerte de que es muy bueno. Ahora, a sus cuatro años, todo se resume en jugar. 

 

Adoras la comida japonesa... ¿Te atreves a cocinarla?

¡Nunca! Tengo la suerte de que a mi mujer le gusta cocinar y se encarga ella. Nos lo hemos repartido así: ella cocina, yo degusto y… ¡la llevo al japo cuando haga falta! (Risas).

 

¿Qué retos de futuro te planteas?

Seguir trabajando como actriz hasta los 70. Me gusta mi trabajo y siento que todavía me queda mucho por hacer. También estoy intentando generar mis propios proyectos para esos momentos de parón que tenemos los actores. Lo estamos forjando entre cinco actrices, todas de más de 40 años, y estamos creando nuestro propio espectáculo.