Originaria del norte de África, probablemente de Egipto, la alcachofa se extendió por Europa occidental gracias a los árabes, quienes mejoraron las variedades de cultivo. Según los expertos, los griegos y los romanos también las comieron en abundancia y, al parecer, pensaban que aportaban al organismo grandes propiedades digestivas y afrodisíacas.

Compra: Es importante escoger los ejemplares más gruesos y pesados en relación a su tamaño, y con las yemas compactas y bien formadas, de un color verde claro. Para comprobar su frescura, hay que acercar la alcachofa al oído y apretarla: si se escucha un crujido, aún está fresca; si las hojas están blandas en la base o se abren, no lo está.

Conservación: Una vez en casa, para que la alcachofa se conserve durante más tiempo es importante guardarla en un lugar fresco. Un truco: en lugar de usar zumo de limón para evitar que la alcachofa ennegrezca, prueba a utilizar agua con unas hojas de perejil. El efecto antioxidante será el mismo, pero las alcachofas no quedarán ácidas.

En la cocina: Las alcachofas se pueden preparar de muchísimas maneras: crudas, hervidas, al vapor, fritas, rebozadas, guisadas, en sofrito, a la brasa, al horno... y, por supuesto, son el ingrediente principal de las menestras de verduras. Si se asan, tanto a la plancha como en el horno, no es recomendable cortar las puntas de las hojas, ya que así se mantiene la humedad interna durante el asado.

Propiedades nutricionales: Gracias a todas sus propiedades, la alcachofa ayuda a combatir los efectos de la diabetes y a prevenir enfermedades vasculares. Además, al ser diurética, favorece la eliminación del líquido sobrante del organismo y ayuda a combatir la obesidad. Son ricas en cinarina y cinaropicrina, sustancias que facilitan el buen funcionamiento de la vesícula biliar; contienen cinarósidos y taninos, cuyos efectos son beneficiosos en procesos inflamatorios, pues actúan como antiinflamatorios; esteroles, que regulan el colesterol, y vitaminas B1, B2 y B3.