EL ARTE DE CATAR LOS VINOS

AUTOR: Alicia Estrada
PUBLICADO EN LA REVISTA SABOR Nº 324

¿Recuerdas el olor de la tierra mojada? ¿Y el aroma del pan recién hecho? Eso es catar, recuperar en cada copa el mundo olvidado de los sentidos. ¿Te atreves a probarlo?

Para adentrarnos en el mundo de la cata no necesitamos ser expertos, bastará con dedicarle al vino unos minutos de atención y beber de forma reflexiva. Vendrá luego la descripción de las sensaciones. Al principio nos costará vestir cada experiencia con la definición correcta pero iremos aprendiendo a concretar colores, aromas, sabores, impresiones…

Es difícil en una mesa familiar entrar en los formalismos de la cata profesional, pero cumpliendo unas pequeñas normas lograremos que cualquier celebración se convierta en un ejercicio divertido de cata. Resulta imprescindible catar con una buena copa de cristal y llenarla un tercio de su capacidad. Otra norma de obligado cumplimiento es servir el vino antes de llevar la comida a la mesa o en el cambio de platos, para evitar contaminación de olores. Si queremos divertirnos y equilibrar el presupuesto, pongamos un vino para cada servicio. Podemos servir vinos jóvenes en la entrada y comprometernos en el plato principal con uno más complejo.

 

Las tres fases de la cata

La evaluación sensorial de un vino la realizaremos en tres fases. Empezaremos por la fase visual apreciando color, brillo, limpidez y viscosidad, es decir si el vino al girar en la copa, tira más a agua o a aceite. El color nos cuenta muchas cosas del vino y para ello usaremos una servilleta blanca sobre la que inclinaremos la copa. En los blancos, los tonos acerados o verdosos nos hablan de juventud, los blancos más viejos o que han pasado por madera presentan tonos más dorados. La gama de los tintos irá desde los rojos violáceos de los vinos jóvenes, hasta los rojos rubí, teja o incluso marrón que hablan de vejez. En los rosados el color no es tan determinante aunque la moda apunta hacia rosas desvaídos.

 

Expresarse sin miedo

La fase olfativa es la más importante. Oleremos a copa parada primero y luego agitaremos el vino. No hay que tener miedo a expresar nuestras sensaciones. Empezaremos usando términos genéricos como aromas florales, frutales, recuerdos de especies, sensaciones de madera, notas balsámicas etc. y ya iremos acotando con más precisión.

En boca, en la fase gustativa trabajaremos tanto el gusto como el tacto. La temperatura táctil nos permite hablar de vinos frescos, por su equilibrada acidez o de vinos cálidos, por su alto grado de alcohol y menor frescura. Sabremos también si un vino es suave, aterciopelado o entra duro y con astringencia. Nuestro aliado el gusto, nos va a ayudar a encontrar en el vino los sabores tradicionales. Hay vinos que aunque tintos, los percibimos dulces y llenos de mansedumbre; vinos de tierras de lava que nos trasmiten sensaciones saladas; son característicos los finales amargosos de los rueda y de muchos buenos rosados. ¡Salud y felices catas!

Cuándo se usa un decantador

¿Qué ocurre cuando una casa permanece cerrada durante mucho tiempo? Se generan aromas extraños que normalmente se eliminan al abrir las ventanas. Esto mismo sucede con los vinos de largas crianzas en barrica o que han pasado mucho tiempo en botella, ¡hay que oxigenarlos! Utilizando el decantador lograremos disfrutar de un vino más expresivo y más rico en aromas. Para airear el vino, es básico verterlo en el decantador suavemente acariciando sus paredes, nunca en cascada.